sábado, 27 de diciembre de 2008

La cultura de duelo, murió Harold Pinter

Adiós al más importante dramaturgo del siglo XX

Un duelo internacional. Quien murió en Londres a los 78 años por culpa de un cáncer de hígado era Harold Pinter, un dramaturgo menos aclamado que Samuel Beckett o Arthur Miller pero mayor que ellos.

De origen judío, y criado en un barrio popular sin ninguna de las ventajas de una educación elitista, Pinter desarrolló un genio para la teatralización que ha quedado como sello indeleble de la escena del siglo XX. En sus obras, los personajes parecían divagar, hasta el extremo de que sus respuestas no tenían nada que ver con la pregunta que les formulaban, pero en ese extravío había un retrato de la enajenación contemporánea y hasta un vistazo a la estupidez de ciertas capas de la población. Sus criaturas estaban distraídas (como lo está el hombre de hoy ante la realidad) y lo notable es que a través de esos textos que simulaban ir a la deriva, se dibujaba una parte poco visible de la naturaleza humana y de su desvalimiento ante las demandas de la vida. Por suerte, la Academia sueca abrió los ojos y en 2005 le dio a Pinter el Premio Nobel de Literatura, lo cual fue una manera de ratificar la opinión que tenían de él algunos observadores de su trayectoria.

Uruguay. El teatro montevideano supo acoger ese material, a partir de las puestas en escena de sus obras juveniles (Fiesta de cumpleaños, El guardián nocturno, El montacargas) y hasta las culminaciones que marcaron los montajes de otros títulos, como Los enanos por Teatro Uno (dirección de Alberto Restuccia) que armaba una acción circunferencial en torno al público y era tan audaz como el propio texto, o La vuelta al hogar, que no sólo fue una pieza fundamental en la producción del autor sino una proeza de reciedumbre dramática en manos del director Federico Wolff y su elenco de Teatro Universal (Mario Branda, Armando Halty). En esa época, que fue la de los años 70, Mario Morgan dirigió una versión muy cuidadosa de Tiempos idos con labores centrales de Nelly Goitiño, Roberto Fontana y Beatriz Massons, pero además Manuel Lus Alvarado puso en escena algún texto breve en el Teatro del Anglo que (con poca difusión y poco público) fue un verdadero modelo de trasposición pinteriana.

A esa altura, Pinter también había incursionado de manera triunfal como libretista cinematográfico, según consta en ejercicios junto a Joseph Losey como El sirviente o Extraño accidente. El sello del dramaturgo era visible en las frases que se lanzaban como cuchilladas y en el dibujo despiadado de los personajes, cosa que ocurrió después en otras películas como La amante del teniente francés. En esa etapa, Pinter era un consagrado aunque no era (y nunca fue) una figura de aclamación general, porque resultaba tan sangriento su vistazo al mundo y a las relaciones humanas que el saldo no obtenía la adhesión popular. En etapas posteriores de su carrera, Tierra de nadie (aquel encuentro entre un caballero y un vagabundo) se recibió empero con aclamaciones de la crítica y un inesperado éxito de público, en buena medida por el nivel de las actuaciones de Ralph Richardson y John Gielgud en su estreno londinense. En Montevideo, la obra fue estrenada por la Comedia Nacional en una versión estupendamente manejada por Héctor Manuel Vidal, que era otro martillazo sobre la conciencia del espectador. Y en esos años, una de sus mejores piezas (Traición) armaba un triángulo sentimental pero lo hacía correr hacia atrás, como si el tiempo retrocediera en lugar de avanzar, de manera de ir descubriendo gradualmente la raíz de ese adulterio y esa estafa amorosa entre amigos. En cine se conoció como Traición de amor, con memorables actuaciones de Jeremy Irons y Ben Kingsley. (*)

Pinter había estado casado con Vivien Merchant, una actriz de divina vulgaridad, pero en etapas recientes de su vida había vuelto a incursionar en el matrimonio con Lady Antonia Fraser, una aristócrata muy inteligente que entre otras cosas ha escrito una notoria biografía sobre la reina María Antonieta. Pero al margen de esas mujeres, su vida fue una gloriosa dedicación al teatro, en el que dejó un material que perdurará largamente ahora que él ha desaparecido.

JORGE ABBONDANZA DIARIO EL PAÍS

(*) Algunos olvidos en la nota de Abbondanza que no pueden ser pasados por alto: En 1999 Alberto Zimberg dirige El Amante en Teatro El galpón, con excelencia de actuación del recordado actor-director Fernando Beramendi. En el 2003 Antonio Larreta dirige en Teatro del Anglo Ashes to ashes, traducida como Cenizas, con actuaciones de otros dos grandes: Estela Medina y Levón También Ricardo Beiro dirige con sus alumnos (entre ellos Pablo Robles)una estupenda Traición en Teatro del Centro.


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WebMii - Raúl Acosta